Por: Fernanda Viteri
Educar con amor es, tomar al infante como un ser humano; un
ser humano que merece el mismo cariño y el mismo respeto como a una persona
adulta.
Educar con amor es respetar el desarrollo del infante, sin
forzar.
Educar con amor es educar hacia la autonomía, hacia la
libertad. Autonomía no significa ausencia. Podemos estar con nuestro niño
animándole a hacer las cosas por sí mismo, pero apoyándole, haciéndole saber
que nosotros, sus profesores, sus padres, sus madres, estamos ahí, y que le
ayudaremos si precisa ayuda.
Educar con amor es no olvidar que la educación no debe ser
meramente instrucción; pues educar no es simplemente enseñar; educar es llevar
al ser humano, a su máxima condición física, psíquica y moral. La enseñanza a
secas es adoctrinamiento y moralmente vacía.
Educar con amor es no llevar a cabo el proceso de la
educación como un medio orientado hacia un fin, sino que la educación
constituya un fin en sí misma. Es decir, no pensar en un camino hacia la
igualdad, sino que la igualdad sea el camino. No pensar un camino hacia la
libertad, sino que la libertad sea el camino. No pensar un camino hacia la paz,
sino que la paz sea el camino.
Educar con amor es pensar que el educando ya crecido no
viene a nosotros vacío. Es pensar que lleva algo ya escrito en su mente: ideas
y emociones. Es respetar ambas cosas. Es tener en cuenta que nuestro niño
también tiene un cerebro que le permite generar ideas y sentir.
Educar con amor es permitir moverse al infante. Es
permitirle satisfacer su curiosidad y explorar el mundo, cual arqueólogo
adentrándose en un nuevo mundo lleno de tesoros aún por descubrir.
Educar con amor consiste en desear lo mejor para nuestro
educando y aceptarlo tal y como es, sin pretender cambiarle para nuestro propio
gusto, ni utilizarle para nuestros propios fines.
Educar con amor es mostrar interés y preocupación por el
infante, sin llegar a hacerlo de forma exagerada y extremista, hasta el punto
de anularle.
Educar con amor es desear el bien, la felicidad y la
auto-realización del niño o la niña, sin significar eso la escasez del bien, de
la felicidad y de la autorrealización propia, pues no puede ofrecerse aquello
de lo que uno carece.
Educar con amor es agacharnos y ponernos a la altura del
infante. No podemos pedirle que éste se ponga a nuestro nivel, como si de una
persona adulta se tratase, pero siempre podemos hacer que el mundo sea un poco
más pequeño, a su medida. Porque a veces, para ayudar a crecer, hay que
agacharse.
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